Los Estados-nación Árabes y la Fundación de Israel

El 7 de octubre, el grupo militante palestino Hamás lanzó una gran incursión desde Gaza contra kibutz y bases militares israelíes cercanas. Israel respondió declarando la guerra total, con graves repercusiones para Gaza. Desde entonces, los ataques aéreos israelíes han matado a decenas de miles de palestinos en Gaza y la cifra de muertos sigue aumentando rápidamente. Ante los ataques israelíes en Líbano, crece el temor de que la situación se agrave hasta desembocar en una guerra más amplia en la región. El actual genocidio perpetrado por Israel contra la población de Gaza ha devuelto a la agenda mundial las reivindicaciones de los palestinos, largamente ignoradas, de derechos y un Estado nacional independiente, apoyadas por las Naciones Unidas desde 1947.

Abdullah Öcalan, líder encarcelado del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), expuso sus opiniones sobre el prolongado conflicto palestino-israelí en sus alegaciones manuscritas al Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), publicadas posteriormente en cinco volúmenes con el título Manifiesto por una civilización democrática.

Mientras el conflicto palestino-israelí se recrudece, nos fijamos en el análisis de Öcalan sobre los Estados-nación árabes y la creación de Israel. El siguiente texto es un extracto del quinto volumen de la obra que aún no se ha publicado en español.

Extracto de: Solución de la Civilización Democrática -V- La Cuestión Kurda y la Solución de la Nación Democrática – La Defensa de los Kurdos en las Garras del Genocidio Cultural. (Abdullah Öcalan)

Una de las principales fuentes de la crisis en Oriente Medio son los procesos de co-construcción de los Estados-nación árabes y de Israel. Cuando Gran Bretaña inició sus operaciones sobre el Imperio otomano desde principios del siglo XIX, utilizó a los jeques árabes como arietes. Aceleró la desintegración del Imperio en los Balcanes utilizando a clérigos ortodoxos de origen griego para apoyar la construcción del Estado-nación griego. En la península arábiga, al sur del Imperio y estratégicamente situada en la ruta hacia la India, comenzó a apoyar una actividad similar, el estatismo-nación árabe, a través de jeques que representaban a la alta jerarquía del clero musulmán. En el mismo periodo, emprendió iniciativas similares en el Kurdistán con los líderes sectarios de Solimania (principalmente de las sectas Naqshbandiyya y Qadiriyya). También desarrolló su creciente control sobre el sur del territorio del Sha de Irán. El proceso, que comenzó con revueltas, terminó con regímenes de mandatos tras la Primera Guerra Mundial y con Estados-nación de pleno derecho tras la Segunda Guerra Mundial. Mientras tanto, el Imperio otomano se disolvió. Se ha creado o se está creando un enorme vacío en la región. A diferencia de lo que hizo Gran Bretaña en la propia India, no se instaló en la región como potencia colonial directa. Pero no dejó ninguna fuerza rival. Quería construir la República de Turquía en el mismo marco que los regímenes de mandatos árabe (el principal tema de discusión en el Congreso de Sivas fue el mandato británico o estadounidense) y en la misma fecha (1920). La postura radical de M. Kemal (muy parecida a los arrebatos republicanos radicales de los Montagnards, Robespierre y sus amigos contra el Reino Constitucional diseñado por los británicos en la Revolución francesa) decantó el resultado hacia una república. Pero nada cambió en lo esencial. Los regímenes de mandatos árabes pronto se transformaron en Estados-nación similares. Que se llamaran reinos o repúblicas no cambiaba su esencia minimalista de Estado-nación.

La aceleración del nacimiento de Israel también coincide con este proceso. Además de lo ya expuesto en los capítulos anteriores sobre la tribu judía, cabe señalar una vez más que los orígenes de Israel se remontan a estas tribus y a sus ideologías (ideología judía, religiones monoteístas y nacionalismos). En esencia, Israel es un producto natural de las guerras entre Estados-nación que se desarrollaron como Estados modernos a lo largo de la línea Ámsterdam-Londres en la década de 1550, durando casi cuatrocientos años y convirtiendo Europa en un baño de sangre. El intelectualismo y el capitalismo judíos siempre han desempeñado un papel destacado en la construcción de los Estados-nación. Sin embargo, se creía que solo con la desintegración de los Imperios Católico, Ortodoxo e Islámico conseguirían los judíos su libertad y se establecería un Estado judío-israelí sobre la base de los ideales sionistas del nacionalismo judío, que se desarrollaron gradualmente en el proceso. Antes, durante y después de la Primera Guerra Mundial, estos esfuerzos fieles, conscientes y organizados dieron sus frutos. Junto con el estatismo-nación minimalista de la República de Turquía, que se fundó sobre las ruinas del Imperio otomano, y en el entorno creado por numerosos Estados-nación árabes minimalistas, se proclamó oficialmente el Estado-nación judío de Israel (1948), que era el objetivo de la santa ideología de Sion. Como prueba de su esencia proto-israelí, la República de Turquía fue el primer Estado-nación en reconocerlo.

La fundación y proclamación de Israel no es un acontecimiento ordinario. Israel nació como la potencia hegemónica central del hegemonismo de la modernidad capitalista, llenando el vacío de poder creado por la transformación del Imperio otomano y del Sha de Irán, las últimas potencias que desempeñaron un papel hegemónico en la región, en Estados-nación minimalistas dependientes. La fundación de Israel como potencia hegemónica central es una cuestión muy importante. Esto significa que mientras los demás Estados-nación de la región reconozcan la existencia de Israel como potencia hegemónica, serán aceptados como legítimos, y si no lo hacen, se les desgastará mediante guerras hasta que lo hagan. Dado que la República de Turquía, Egipto, Jordania y algunos países del Golfo fueron de los primeros en reconocer a Israel, fueron aceptados como Estados-nación legítimos y fueron incluidos en el sistema. El resto continúan la guerra con Israel y con sus aliados y otros países. Las guerras y los conflictos con los árabes en el marco de la cuestión palestina y con otros países islámicos en el marco de la cuestión del Golfo están estrechamente vinculados a la presencia hegemónica de Israel en la región. Estos conflictos, conspiraciones, asesinatos y guerras continuarán hasta que se reconozca la hegemonía de Israel.

A menos que comprendamos correctamente la construcción hegemónica de la modernidad capitalista en Oriente Medio, no podremos entender correctamente por qué se fundaron veintidós Estados-nación árabes. La modernidad capitalista construida en Oriente Medio no puede analizarse correctamente con las interpretaciones de tipo derecha-izquierda, religioso-sectarias, etnicistas y tribales de la historia del independentismo pequeñoburgués de los Estados-nación. En este contexto, la comprensión de la cuestión árabe tal y como es en realidad (al igual que la correcta comprensión de los problemas de la República de Turquía y de otras repúblicas y comunidades turcas) requiere en primer lugar una correcta comprensión de la construcción y el establecimiento del hegemonismo de la modernidad capitalista en Oriente Medio. Por sí solo, ningún problema estatal y social puede ser comprendido por mentalidades de la historia y de la sociedad que se burlan de la realidad, tales como la «gloriosa fundación del Estado-nación» y demás. Por lo tanto, el problema árabe no es solo un problema relacionado con Israel, ni puede reducirse a un conflicto palestino-israelí. El problema primordial más profundo al que se enfrentan las sociedades árabes se deriva principalmente de la división de los árabes en veintidós Estados-nación. Estos veintidós Estados no pueden desempeñar otro papel que el de espías colectivos de la modernidad capitalista. Su existencia es el principal problema para los pueblos árabes. En este contexto, la cuestión árabe es un problema relacionado con la construcción y el establecimiento de la modernidad capitalista en la región. Sin embargo, pueden tener un problema con Israel en este contexto, a saber, como potencia hegemónica de la modernidad capitalista en la región. Puede que tengan un problema con Israel.

Pero no olvidemos que las fuerzas que construyeron Israel son las mismas que construyeron los veintidós Estados-nación árabes. Por lo tanto, sus relaciones y contradicciones con Israel son un camuflaje. Dado que en esencia comparten el mismo sistema hegemónico, estas contradicciones, aunque fuertes, solo pueden tener sentido si se atreven a salir de la modernidad capitalista. ¡¿Acaso seguirán en la misma hegemonía de la modernidad capitalista y no reconocerán a Israel?! La diplomacia enmascarada y falsa nace de la negación de esta realidad. Ya se trate del islam radical, del islam moderado o del islam chiita, todos los planteamientos nacionalistas islámicos que pretenden sustituir a la modernidad capitalista no son más que un gran fraude. Porque este islamismo es un derivado del nacionalismo que se ha desarrollado bajo la hegemonía de la modernidad capitalista desde principios del siglo XIX, y es una herramienta ideológica del capitalismo específica de los países islámicos de Oriente Medio, que no tiene ninguna relación con la civilización islámica. Los islamismos políticos de los dos últimos siglos no pueden desempeñar un papel más allá del de ser espías enmascarados de la hegemonía capitalista. Porque así es como se construyen y movilizan en el contexto de la modernidad capitalista. Su incapacidad para desempeñar un papel distinto al de ahondar en los problemas nacionales y sociales de Oriente Medio en los dos últimos siglos confirma esta realidad. Son los principales obstáculos ideológicos y políticos para el comunalismo y el nacionalismo democrático. El islam cultural es una cuestión diferente, y defender y abrazar este islam en el contexto de la tradición tiene un aspecto significativo y positivo.

Si no pueden trascender el contexto de la modernidad capitalista, los conflictos árabe-israelí y palestino-israelí no podrán evitar parecerse a una pelea entre un gato y un ratón. El resultado es que durante casi cien años la energía vital de todos los pueblos árabes se ha malgastado en estos conflictos con un resultado predeterminado. Si no se hubieran inventado estos conflictos, habría existido una Arabia de diez veces el valor de Japón solo con los ingresos del petróleo. La conclusión más importante que se desprende de esta afirmación es que el sistema de Estado-nación en Oriente Medio no es una fuente de solución a los problemas nacionales y sociales fundamentales, como se afirma, sino que, por el contrario, es una fuente de desarrollo, agravamiento, profundización y conversión de los problemas en inextricables. El Estado-nación no resuelve los problemas, los produce. Además, el mismo sistema es un medio para agotar no solo a los Estados de Oriente Medio sino también a sus sociedades enfrentándolas entre sí hasta dejarlas sin poder. La realidad en Irak confirma muy bien esta observación. En este caso no podemos culpar totalmente a la modernidad capitalista. Las ideologías y organizaciones políticas islamistas y de izquierdas (socialistas reales), que han surgido como solucionadoras de problemas y liberadoras, son al menos tan responsables como los elementos portadores de la modernidad capitalista (Joven Turco, Joven Kurdo, Joven Árabe, y Joven Persa). Durante casi cien años, ninguno de los métodos y programas que han propuesto a sus pueblos ha tenido éxito, ni han podido desempeñar un papel más allá del de servir a la construcción regional de la modernidad capitalista y ser utilizados sobre esta base. No podemos negar el papel de estas realidades en el contexto de las ideologías y organizaciones políticas de los Estados-nación árabes.

Los problemas árabes no son insolubles como los turcos. Hay dos ejes principales sobre los que se intentan analizar y resolver los problemas. El primer eje se basa en el aumento de la participación del Estado y las acciones sociales dentro del mismo sistema, y en la consecución de resultados mediante la creación de conflictos orientados a este fin. Esto es lo que los Estados-nación árabes, incluida la Organización para la Liberación de Palestina, han intentado conseguir mediante el método de la confrontación durante los últimos cincuenta años. Con los acuerdos tipo Camp David alcanzados con Egipto, este eje se completará tarde o temprano. Pero este camino solo agravará los problemas sociales árabes y obligará a buscar soluciones radicales. Puede que esta vía satisfaga a los oligarcas árabes del petróleo, pero nunca satisfará las profundas demandas económicas y democráticas de sus pueblos. Los pueblos árabes tienen problemas económicos y democráticos que se han apilado como montañas a lo largo de la historia. Los Estados-nación árabes, satélites de la modernidad capitalista, no quieren ni pronunciar el nombre de una solución, y mucho menos resolver estos problemas. Constantemente agravados y disfrazados por conflictos pseudorreligiosos y sectarios, los problemas evolucionan hasta tal punto que o bien conducen a la disolución, a la desintegración y a conflictos, como se ha visto en el ejemplo de Irak, o bien exigen soluciones nacionales económicas, sociales, culturales y democráticas radicales.

El segundo eje principal para la solución de los problemas árabes solo puede basarse en la superación de la modernidad capitalista. Se trata de una ruptura con el sistema. Debería ser bien sabido que el radicalismo islámico o el islam político no pueden constituir una modernidad alternativa. El islam como cultura solo puede desempeñar un papel en la vida de una modernidad alternativa a la modernidad capitalista. El paradigma de la modernidad adecuado a las realidades históricas y sociales de todos los pueblos de Oriente Medio es la opción más poderosa y correcta para los pueblos árabes. La modernidad alternativa para los pueblos es la modernidad democrática, que consiste en la unidad de los movimientos democráticos nacionales, socialistas, ecologistas, feministas y culturales que siempre han estado en lucha contra la modernidad capitalista.

En el contexto de los problemas árabes, la segunda serie de problemas está vinculada a la existencia de Israel. La visión que el nacionalismo árabe, el islamismo y el estatismo-nación tienen de Israel se guía a su vez por la hegemonía de la ideología judeo-israelí; permanece dentro de las fronteras trazadas por la ideología y el Estado judeo-israelí. Mientras permanezca dentro de la misma modernidad, no podrá ser más que un juguete de la hegemonía israelí, la cual tiene una población reducida. El propio Israel no puede escapar de ser prisionero de su propia invención, la modernidad capitalista. Mientras se sienta en medio del Mar Arábigo rodeado de fuerzas dispuestas a ahogarlo en cualquier momento, Israel nunca dejará de defenderse con su superioridad tecnológica, incluidas las armas atómicas. O bien Israel crea bajo su propia hegemonía un equilibrio de Estados-nación en Oriente Medio en paz consigo mismo, lo que ha demostrado ser muy difícil por las razones que hemos intentado explicar; o bien, si quiere escapar del cautiverio del sistema que ha creado, debe arriesgarse a la trascendencia de la modernidad capitalista. La modernidad democrática es la opción que constituye una solución permanente no solo para el problema judío en la jungla de Oriente Medio, sino también para el problema del Estado israelí, rodeado de monstruosidades nacionalistas y religiosas de su propia creación.