«Me gustaría dejar atrás la convicción de que si mantenemos una cierta dosis de prudencia y organización mereceremos la victoria. (…) No se puede lograr un cambio fundamental sin una cierta dosis de locura. En este caso, viene del inconformismo, del coraje de dar la espalda a viejas fórmulas, del coraje de inventar el futuro. Se necesitaron las locuras de ayer para que actuáramos con extrema claridad hoy. Quiero ser uno de esos locos. (…) Debemos atrevernos a inventar el futuro». Thomas Sankara
La cuestión nacional ha sido y sigue siendo hoy uno de los elementos centrales de muchas luchas revolucionarias en todo el mundo. Al mismo tiempo, es uno de los temas que más debate generan, ya que el nacionalismo ha sido uno de los elementos utilizados por los diferentes estados-nación y la burguesía para imponer, y hacer hegemónica, su propuesta política en diferentes sociedades.
Con múltiples formas de entenderlo según los contextos de lucha, la nación ha sido definida políticamente por los diferentes movimientos revolucionarios en el mundo sobre aspectos étnicos, culturales, de clase, antiimperialistas y decoloniales e incluso religiosos, enmarcándolos en la construcción histórica de relaciones de opresión y explotación. Además, estas propuestas no han sido estáticas, sino que han estado en desarrollo a lo largo del tiempo. Sin embargo, hoy, con todas las herramientas empleadas por los estados-nación y el sistema capitalista, la concepción hegemónica de la nación se reduce a rasgos culturales, exaltándolos y vaciándolos de cualquier potencial revolucionario para la liberación de los pueblos.
Por lo tanto, el objetivo de este artículo es hacer una comparación de los enfoques políticos sobre el hecho nacional de los diferentes movimientos revolucionarios en todo el mundo, así como sus estrategias para superar la opresión, tanto hoy como en su desarrollo histórico. Debido a la gran diversidad de movimientos y contextos, un análisis en profundidad requeriría una investigación y un espacio que no es el de este artículo, donde queremos presentar solo una pincelada de lo que ha sido y sigue siendo un tema crucial de las diferentes propuestas políticas, también en los Països Catalans. Para visibilizar esta diversidad, se presentan elementos de la propuesta del movimiento indianista en Bolivia, el movimiento de liberación kurdo, la propuesta panafricanista de Sankara en Burkina Faso, la Venezuela bolivariana y el republicanismo irlandés.
¿Qué es la nación?
«En un momento en que es tan común que los intelectuales progresistas sean cosmopolitas (¿especialmente en Europa?) Insistiendo en el carácter casi patológico del nacionalismo, su fundamento en el miedo y el odio a los demás, y sus afinidades con el racismo, valdrá la pena recordar que las naciones inspiran amor, y a menudo un amor profundamente desinteresado»
Benedict Anderson
Anderson dijo que la nación es una comunidad socialmente construida, es decir, imaginada por personas que se perciben a sí mismas como parte de ese grupo. A lo largo de la historia y del globo, podemos ver cómo la construcción de las naciones, como categorías sociales que son, se han desarrollado de diferentes maneras atendiendo a la diversidad de contextos de los que surgen. A partir de esta comprensión, partimos de una visión materialista histórica: la cuestión nacional no es esencial ni mecánica, es un hecho social y político.
El hecho de que la nación sea una construcción social, sin embargo, no quita los fundamentos materiales que se convierten en precondiciones para su desarrollo. Por lo tanto, y especialmente con la voluntad de que la nación tenga una capacidad de transformación política, no la podemos «imaginar» sólo como una cuestión individual, sino como algo totalmente vinculado a la realidad de los procesos del territorio donde se despliega.
En este sentido, hay que empezar haciendo explícito que los planteamientos nacionales de los diferentes movimientos a los que nos aproximaremos nacen del reconocimiento de sus condiciones de opresión. Sea por las relaciones de expolio coloniales, por la explotación por parte de otros grupos sociales, por procesos de asimilación culturales y religiosos, o, en muchos de los casos, por estos y otros procesos que aparecen de manera entrelazada y complementaria configurando su forma de explotación y opresión. En todos los casos su identidad como oprimidas es transformada en una identidad de lucha y resistencia. El pueblo kurdo, venezolano, los pueblos indígenas de Abya Yala o el pueblo irlandés o burkinabé, sin embargo, no fundamentan su idea nacional de la misma manera.
El movimiento de liberación kurdo define su identidad nacional basándose en una perspectiva étnica, a pesar del proyecto político que defienden no se limita a una sola nación. Tras el cambio de paradigma propuesto por Abdullah Öcalan a principios de los 2000, se asumió la propuesta de la «nación democrática», una nación de naciones, donde se pone en valor la convivencia de los diferentes pueblos en igualdad, con toda su diversidad étnica, cultural y religiosa. Este objetivo también está presente en el republicanismo irlandés. Plantean que la liberación nacional es imprescindible para la supervivencia del pueblo irlandés; a la vez que proponen una república con libertades civiles y religiosas, lejos de la homogeneización defendida por el imperio británico a través de procesos de exterminio o de asimilación.
Estos enfoques son diferentes de la propuesta indianista boliviana, que habla de la nación india como una realidad plurinacional, que incluye en su seno el conjunto de pueblos indios (aimaras, quechuas, mapuches…) que se articulan según una identidad colectiva a partir de su condición de pueblos colonizados. Fausto Reinaga, quien desarrolló los análisis que darán pie al inicio del movimiento indianista, decía:
“El indio no es una clase social, es una raza, una Nación, una historia, una cultura. El indio es un pueblo oprimido y esclavizado. El indio no debe integrarse ni asimilarse a nadie. El indio debe liberarse. Y la liberación del indio será obra del mismo indio”
En estos casos, las diferentes propuestas revolucionarias no responden a unas identidades nacionales ubicadas dentro de las fronteras de los estados nación donde se encuentran, como sí lo hacen en Burkina Faso o en Venezuela. En ambos casos, los proyectos revolucionarios aparecen años después de los procesos de independencia que dieron pie a los estados nación actuales, habiendo superado formalmente la colonización francesa y española; se plantean como movimientos de liberación de los pueblos ante unas relaciones imperialistas y coloniales que siguen hasta hoy en día. En cuanto a Burkina Faso, el proyecto revolucionario de Sankara construyó la identidad burkinabè como una identidad nacional que subvertía el orden colonial. Una muestra de ello es el cambio de nombre de la República del Alto Volta, un nombre colonial, a Burkina Faso, un neologismo construido a partir de términos de las lenguas locales y que quiere decir «la patria de las personas íntegras». Esta nueva identidad, que se concibe como una identidad nacional construida ad hoc, quiere retomar el orgullo por lo africano y reivindicar una actitud de combate para recuperar y construir el propio país. Al mismo tiempo que sirve para aglutinar las diferentes etnias en un proyecto político común, se vincula a un proyecto aún mayor, el panafricanismo. Sin una apuesta panafricanista no hay opción, desde su óptica, para superar las relaciones coloniales en el continente.
En el caso venezolano, su identidad como venezolanos está también vinculada a la liberación social. Dentro de la nación también se reconoce y protege la diversidad étnica y cultural, y también se adscribe a un proyecto mayor; la patria venezolana pertenece a la gran patria bolivariana. Esta idea se inspira en la figura de Simón de Bolívar, símbolo de la lucha contra la colonización española, y en la propuesta de construir un proyecto propio, libre del colonialismo y el imperialismo, en toda América Latina y el Caribe. La identidad nacional bolivariana es una identidad centrada en la lucha antiimperialista y la construcción del socialismo; aquellos que hacen negocio de vender el territorio y sus recursos son concebidos como ‘»antipatriotas».
Habría que destacar aquí el planteamiento del movimiento kurdo, ya que es una propuesta para todo el mundo. No se limita a las fronteras históricas del territorio del Kurdistán ni a otro territorio concreto –ya sea estatal; continental, como es el panafricanismo; u otro, como es el caso de la propuesta indianista. Parte del reconocimiento de las diferentes opresiones nacionales y chovinistas de todo tipo (por razones étnicas, religiosas, de sexo/género), con el fin de poner medidas democráticas que eviten la reproducción de estas dinámicas en cualquier escala. El principio fundamental de la propuesta es la autonomía democrática; es decir, el derecho a la autoorganización y la participación social democrática como grupo (como yezidis, mujeres, jóvenes, árabes, etc.), y el derecho a la autodefensa para evitar que se produzcan lógicas de dominación por parte de los demás grupos.
La confrontación del estado opresor: diferentes caminos posibles
Las vías de confrontación contra el estado o estados opresores también son diferentes para los diferentes movimientos, así como existen diferentes estrategias para una misma nación, otras que se han modificado con el tiempo, y otras que son complementarias. No son, por tanto, estrategias excluyentes ni fijas. Todos los movimientos combinan diferentes elementos y los superan con el desarrollo práctico de sus apuestas.
El planteamiento inicial de la lucha armada, sea por medio de guerrillas rurales o urbanas, como es el caso de la guerrilla en el Kurdistán y del IRA en el norte de Irlanda, o por medio de golpes de estado, como en el caso venezolano o el de Burkina Faso, ha dado paso a otras estrategias con el paso del tiempo. Con el cambio de paradigma a principios de siglo, el movimiento kurdo plantea la guerrilla como una fuerza de autodefensa del pueblo para que éste construya su autonomía al margen del estado. Dejan atrás tanto la estrategia maoísta de la guerra popular prolongada, como la aspiración de la construcción de un estado kurdo socialista, y apuestan por la construcción del confederalismo democrático como sistema de autogobierno popular que vaya vaciando de sentido la estructura estatal ocupante mientras construye un sistema alternativo basado en la democracia directa, la liberación de las mujeres y el ecologismo.
En el norte de Irlanda, la estrategia armada requería que el IRA se articulase como paraguas del resto de organizaciones (de jóvenes, de barrio, de mujeres, el partido, etc.). A mediados de los años 80, la priorización de una estrategia electoral provocó un cambio organizativo que situó al partido, el Sinn Féin, en este rol. Este cambio, no sólo organizativo, modificó desde la política de alianzas hasta los objetivos, que quedaron rebajados al acabar con la situación de apartheid y del conflicto militar. En el caso irlandés, como ya había pasado en el sur, las nuevas alianzas supusieron la aceptación del modelo de organización social capitalista; una sociedad donde la clase y el sexo/género –y no la religión– será lo que determinará el acceso a los derechos más básicos y a los espacios de poder. Actualmente, hay facciones del republicanismo que continúan defendiendo y practicando la estrategia armada, sin la capacidad de articularse en una organización de masas.
La estrategia electoralista también fue planteada en Venezuela tras intentar de manera fallida tomar el poder por medio del ejército. En las elecciones de 1998, Hugo Chávez asumió la presidencia y comenzó un proceso de grandes transformaciones sociales. La vía electoral también fue el planteamiento inicial de las indianistas en Bolivia, que apostaron por disputar el aparato gubernamental. Sin embargo, tras la entrada de Evo Morales al gobierno, de la aprobación de la constitución del estado plurinacional y de los cambios impulsados, se ha visto que las transformaciones no son tan evidentes y que las desigualdades continúan. Esto ha llevado a una parte del movimiento a empezar a repensar esta estrategia y a buscar alternativas más allá del estado.
En todos los movimientos, con más o menos centralidad en la estrategia de confrontación con los estados opresores, se apuesta por la construcción de un movimiento popular que actúe como contrapoder o como espacio de acumulación de fuerzas. En Venezuela, el sistema de comunas es planteada desde el proyecto bolivariano como la expresión más fuerte de la autoorganización y el poder popular, el epicentro del desarrollo revolucionario. También fue así en el caso de los Comités de Defensa de la Revolución en Burkina Faso entre los años 1983 y 1987. Hace tiempo, sin embargo, que las contradicciones entre las comunas y los dirigentes estatales forman parte del panorama político venezolano. Aparte, la hegemonía del proyecto bolivariano se expresa en un movimiento popular que legitima, impulsa y defiende el mantenimiento del poder político y militar por parte del PSUV frente a la derecha liberal imperialista. En el norte de Irlanda, persiste una línea movimentista que intenta construir unas relaciones sociales diferentes al margen de la política institucional, pero que no tiene ni una estrategia de toma del poder definida, ni una unidad en los objetivos como movimiento.
Un último elemento que ha formado parte de los debates y desarrollos de los diferentes movimientos políticos, y que está íntimamente relacionado con la cuestión del poder y con la cuestión nacional, es la cuestión del estado. Así pues, una de las reivindicaciones principales de muchas naciones sin estado ha sido la construcción de un estado propio. Ahora bien, también hemos visto como una herramienta de los estados nación ha sido la aniquilación de las naciones en su seno, la homogeneización y la asimilación que tanto conocemos en nuestro territorio y que aún resuena con su «una, grande y libre»(1). Las propuestas alternativas de estados plurinacionales o de la construcción de proyectos de liberación nacional opuestas al proyecto de estado nación, también forman parte del mostrador de posibilidades que nos ofrece la voluntad de superar la opresión de cualquier nación –y de cualquier persona oprimida– en el mundo. Con total seguridad, es una cuestión de la que podemos seguir aprendiendo de las experiencias revolucionarias de otros pueblos en todo el mundo. La construcción de un mundo de naciones libres, en una convivencia libre entre ellas, será un objetivo de primer orden en el escenario bélico que nos impondrá el capitalismo en los años que vendrán. Conscientes de las limitaciones del presente artículo, esperamos que sirva para hacer crecer el interés de conocer con más profundidad los movimientos mencionados, así como cualquier otro movimiento revolucionario. Quizás ante el poder de los estados nación y del aumento de la ultraderecha, conseguir este mundo de pueblos libres parece una locura, pero parafraseando a Sankara, fueron necesarias los locos de ayer para que hoy podamos actuar con extrema claridad. Tenemos que querer ser estos locos. Tenemos que atrevernos a inventar el futuro.
(1) “ Una, Grande y libre” fue el eslógan de la dictadura fascista de F.Franco (1939-1975).